jueves, 30 de marzo de 2017

1392 (J 30/3/17) La España vista por Goya

De nuevo citamos al escritor alemán Lion Feuchtwanger (1884/1958, vide post 1390 del 7/3/17 La judía de Toledo), esta vez para recoger textos de su libro Goya (1951, EDAF Narrativa Bolsillo 2002) donde pone en boca del pintor aragonés, resentido, las siguientes reflexiones sobre cinco cuadros que Goya pintó relacionados con la Santa Inquisición (págs. 280/284), a saber, una corrida de toros, locos en un manicomio, la procesión del Viernes Santo, el entierro de la sardina y un auto de fe de la Inquisición.
     “Los cinco cuadros formaban una unidad. El toro, la procesión, los disciplinantes, el manicomio, la Inquisición, todo eso era uno, todo eso era España. Los cuadros contenían toda la brutalidad, el horror, la sordidez, la oscuridad incluso, que hay en la alegría española. Y a pesar de todo, en ellos había cierta ligereza, cierta animación: el horror de los acontecimientos se veía aliviado por la suave luminosidad del cielo, la luz fluctuante, escalonada. Para el pintor Francho incluso los malvados demonios eran bien recibidos. Porque por encima de la lobreguez de aquello que había pintado resplandecían las ganas de vivir, la pasión por la vida, se presentara como se presentara.”


      Corrida de toros pobre
     Los espectadores se indignan con el toro que no quiere luchar sino acabar de una vez. Más que al toro, Goya pinta su destino en el cual se incluyen los demás, toreros, espectadores, caballos y el mismo toro.

      Locos en el manicomio
      Son muchos los locos encerrados aunque cada uno de ellos está desesperadamente solo. Pero hay mucha luz en torno a ellos.

          Procesión de Viernes Santo
    Los que se ven con más claridad son los penitentes, los disciplinantes, fanáticos, con máscaras y capirotes, que bailan mientras avanzan con solemnidad. A Goya le afectó profundamente el auto de fe en el que la Inquisición condenó a Pablo Olavide en la iglesia de Santo Domingo, al cual asistió.

      El entierro de la Sardina
     muestra un desenfreno fanático, una alegría forzada, posesa, en la fiesta salvaje que cierra el Carnaval.

       Auto de fe
     que no tiene lugar en la iglesia de santo Domingo sino en un recinto luminoso con bóvedas y arcos. El hereje, con su sambenito y coroza, se ha derrumbado por el dolor y la vergüenza. Los dignatarios eclesiásticos y civiles, sentados, con sus capuchas y pelucas, se muestran indiferentes, gordos, piadosos, interpretando su papel.

      Los anteriores comentarios se complementan con estos otros que pueden leerse en las págs. 330/334:
        
        "En el siglo XVI había dos grandes representantes de la personalidad española: el uno era el caballero, el Grande, el otro el pícaro, el que no tenía ninguna clase de privilegio, el bribón que sobrevivía a costa de una lucha contra todos, infernal y constante, gracias a la astucia, el engaño y la presencia de ánimo. El pueblo y sus poetas respetaban y cantaban alabanzas de los héroes y caballeros, pero no celebraban menos, sino que apreciaban más, al pícaro, al canalla, al bribón, a la chusma astuta de las clases más bajas que nunca se acobardaba, siempre dispuesta a la broma, con un sentido común práctico y alegre que siempre se las arreglaba para salir adelante. El pícaro y el Grande se complementaban entre sí, no estando menos vivos Guzmán y Lazarillo que el Cid o don Quijote. En el siglo XVIII el pícaro y la pícara se habían convertido en el majo y la maja. Era tan inconcebible una España sin majismo como sin absolutismo y sin Inquisición. El centro principal del majismo estaba en Madrid, en el sector La Manolería. Los majos eran herreros, tejedores, cerrajeros, posaderos, carniceros o tahures y contrabandistas; las majas, con corpiños escotados, mantones de colores y muchas con daga en la liga, atendían en las tabernas, zurcían ropa o eran vendedoras ambulantes. Orgulloso y amante de sus tradiciones, el majo apoyaba a la Iglesia y a la Monarquía y adoraba los lujos de los reyes, los séquitos coloridos de los Grandes, las solemnes procesiones de la Iglesia, los toros y las fiestas populares, oponiéndose a la Ilustración y la Razón, y a los liberales e intelectuales que querían acabar con todo aquello. Si el progresismo le prometía un mayor bienestar económico y social, el majo renunciaba al pan con tal de mantener su circo. La maja, ángel en la iglesia y diabla en la cama, no ponía reparos a desplumar al primer petimetre que se le presentara enamorado. Pero los majos se consideraban los representantes del españolismo y en eso no cedían nada a ningún Grande."


       (Uno sospecha que el pueblo español actual, cateto donde los haya, necesita a los políticos y corruptos de la elite para identificarse consigo mismo por oposición a aquellos a los que envidia tanto como desprecia. Esto explicaría que los desvergonzados, impresentables, mendaces políticos de un partido reaccionario ganen las elecciones y saquen más votos cuanto más roben. Pues es la desvergüenza descarada y la astucia delictiva lo que, según parece, este pueblo admira y venera.)

     La última cena es una muestra de la singularidad y rebeldía del pintor de Fuendetodos, comprometido con su tiempo (ver entrada 316 del día 16/5/2012):

Os animamos a compartir un osado video, Goya siglo XXI:

que también podéis ver en:
http://www.youtube.com/watch?v=xZPiYtqWuq4

1 comentario:

  1. Como bien dices, JJ, este partido reaccionario gana las elecciones por el punto picaro del español. Es un buen marketing político. Además usa sin pudor todos, todos, los recursos a su alcance.

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