lunes, 5 de agosto de 2013

765 (L 5/8/13) La perversión de las palabras


Oigo a menudo que no se puede dudar entre la palabra de un presidente y la de un delincuente. Se refieren, claro está, a Rajoy y a su “ex” Bárcenas. Como si se tratara de un tema general, en abstracto, y no de un caso concreto, la de la acusación de Bárcenas contra Rajoy. Una acusación concreta en la que el delincuente, por mentiroso que sea, aporta pruebas documentales de lo que dice mientras que el presidente, que se supone digno y honorable, salvo prueba en contrario, es bien conocido como un mentiroso compulsivo, al menos desde que tomó el gobierno en noviembre de 2011. Porque desde entonces es bien sabido que este digno sr. presidente no ha dicho nada que sea verdad. Y encima, ahora, chulesco donde los haya, apela a su cargo y nos pide que le otorguemos confianza a su palabra. Pues mire usted, sr. Rajoy, va a ser que no. Porque estamos hartos de escucharle más mentiras que palabras y no le vamos a creer más. No podemos creerle más. Por pura profilaxis y salud mental. Y esto le pasa por mentir tanto, que ya no le cree ni la madre que la parió (quiero decir “nadie”, en su acepción coloquial). “Palabra de Rajoy” es el término que puede utilizarse para significar una patraña. Y que propongo en twitter como hashtag con la intención de que llegue a trending topic.
    Tanto miente que ha desarrollado una capacidad evolutiva de adaptación del lenguaje a su alejamiento de la realidad. Y si la sociedad civil no le soporta por los efectos perniciosos de sus perversas reformas laborales y económicas, yo me sospecho que llevamos aún peor sus eufemismos y explicaciones ambiguas y confusas sobre las tramas oscuras. La ambigüedad es el medio de poder desdecirse cada día de lo que dijo o no dijo, qué sé yo, en los días anteriores. Pero en la sesión parlamentaria del pasado día 1 se ha quedado en pelotas ya que, ante preguntas sobre hechos (hechos, hechos, datos, contabilidad B. dinero en negro,  financiación ilegal del PP, etc., como las 20 preguntas de Rosa Díez a las que no contestó ni una), se ha subido al Olimpo y ha proclamado valores y principios de moral. Pero sólo con palabras. Sin datos. A las cuales nos piden que le otorguemos confianza.
          Así que los que proclaman la inocencia de su jefe con palabras, contra los datos y pruebas que aporta quien le acusa, deberían percatarse de que la tasa moral de Rajoy ha caído tan baja que, por extraño que parezca, ante el dilema de creer en la palabra de Rajoy o de Bárcenas, en este caso, señores, lo sentimos pero sin duda el delincuente es más creíble que el presidente. 

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