No nos ha salido gratis ni ha sido nada fácil salir de las creencias
religiosas sin pasar por el esoterismo. El vacío que nos ha dejado hacernos
laicos parece que, en gran parte de la población, han tenido que llenarlo otras
creencias tan execrables como las supersticiones, sean por las confluencias de
los astros, las energías ocultas o el horóscopo del periódico del día.
El invento de la magia (hoy superstición) tuvo sentido en la prehistoria
como una actitud de dignidad frente a la naturaleza para intentar doblegarla a
nuestras necesidades. Funcionaba por asociaciones mentales, si con la lluvia
salen ranas podemos colocar en donde sea dichos batracios para que en ese sitio
llueva, si conjuramos un cabello de la amada con un elixir en el caldero seguro
que se rendirá enamorada, si evitamos los nudos en nuestro vestuario ante una
parturienta o un campo de trigo no pondremos en peligro la salida del niño o de
los brotes del cereal. Hasta que en la Grecia clásica establecimos la relación
racional de causa-efecto como explicación de la realidad, después de lo cual las
prácticas esotéricas han quedado, o
deberían haber quedado, relegadas como lo que son, pura superchería.
El calendario prehistórico lo configurábamos por la observación de las
constelaciones nocturnas que tardan 24 años (el año platónico, a 2.000 años por
cada uno de los 12 signos del zodíaco) en recuperar la posición original. De
aquí que los dos gemelos (Geminis) “rigieran” nuestros destinos en el bienio
6000/4000, la vaca (Taurus) lo sustituyera del 4000 al 2000, el cordero (Aries)
del 2000 al 000 y Piscis del 000 hasta nuestros días. Y no hace falta seguir
porque ya asumimos en Grecia el calendario solar indoeuropeo allá por los años
1200 adne. Pura astronomía.
Lo cual no tiene nada que ver con la superchería de la astrología. Los caldeos
(charlatanes, para los griegos, de Mesopotamia, incluida Babilonia) iniciaron
la manía de situar a los dioses en los astros, allá por el s. II adne., algo
que continuó en la Edad Media con nuestro Beda el Venerable (672/735). El uso de
las cartas, las rayas de las manos o la confluencia de los astros para adivinar
el futuro que nos aguarda (sobre todo en los temas más acuciantes para los necesitados
como son el amor o la fortuna) es tanto una estafa execrable de los que lo practican
como una degradación de los que, por falta de cultura y sobra de necesidades,
se someten a ello.
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