Nunca dirigí
teatro. No sólo me lo impedía el pánico escénico sino que me intimidaba el uso
del espacio limitado donde cabía todo un universo. Y donde, además, los actores
se movían, el decorado era importante y la tercera dimensión tenía que ser
tenida en cuenta. No en vano el espacio es la base en que se sustenta (se
modula?) el tempo, el ritmo del tiempo. Por otra parte, en el cine el director
es el que manda, mientras que en el teatro es el actor el que se enfrenta, sin
red de seguridad, al público al que tiene que ganarse.
Raquel
Vidales nos desvela nuevas formas del teatro: las performances, el body art,
las artes visuales, la danza, el teatro físico, el mimo, el arte de acción… El
calificativo de arte vivo le viene de
su entrada en museos y galerías, por contraposición a sus inmóviles cuadros y
esculturas. Y el de living theater (teatro
en vivo) se refiere a su salida a la calle exigiendo la implicación de los
espectadores, la ruptura de los límites, la despreocupación por encuadrar los
relatos en sus géneros, la mezcla de disciplinas (actores, escritores,
directores de escena, coreógrafos, bailarines, artistas plásticos…) y la
perversa intención de espolear al público asistente. “No queremos representar emociones.
La emoción es algo que se debe provocar en el espectador, no en el actor”. Por
no hablar de las interacciones entre las artes escénicas y las audiovisuales.
Por otra parte, al igual que sucede en la arquitectura, las nuevas generaciones giran de lo vistoso a lo genuino, de lo clamoroso a lo íntimo, del brillo (bling) a la desnudez (bareness), que ya “no sólo es una diversión sino una compulsiva significación”. La vuelta a lo sencillo y natural se debe a la falta de recursos pero también a un sentido ético de lo estrictamente necesario.
Y ante tanto cambio, cómo reacciona el público? también tiene que cambiar? De hecho necesita tiempo para ir acostumbrándose a las novedades. Aunque Grotowski dice que “el público no existe como un todo. Cada espectador es un individuo aislado en la oscuridad de la sala. Y es lo bastante inteligente y sensible para no dejarse influir por etiquetas”.
Por otra parte, al igual que sucede en la arquitectura, las nuevas generaciones giran de lo vistoso a lo genuino, de lo clamoroso a lo íntimo, del brillo (bling) a la desnudez (bareness), que ya “no sólo es una diversión sino una compulsiva significación”. La vuelta a lo sencillo y natural se debe a la falta de recursos pero también a un sentido ético de lo estrictamente necesario.
Y ante tanto cambio, cómo reacciona el público? también tiene que cambiar? De hecho necesita tiempo para ir acostumbrándose a las novedades. Aunque Grotowski dice que “el público no existe como un todo. Cada espectador es un individuo aislado en la oscuridad de la sala. Y es lo bastante inteligente y sensible para no dejarse influir por etiquetas”.
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