Aunque no viene a cuento, me permito una
grave digresión, porque me apetece. Y porque a la mujer de un amigo mío la
están volviendo loca en un hospital por culpa de lo que denunciamos en la
entrada 947 del 7/11/14 sobre ética médica.
Los
médicos, como todos los profesionales, pueden sufrir una deformación
profesional: viven por, para, en, entre, con, sobre, tras los enfermos. De aquí
que contaminen la realidad con las enfermedades. Que las ven en todo su
alrededor. Pueden confundir los enfermos, que son complejos, con las
enfermedades, que son esquemas. La enfermedad es una, los enfermos son cada uno
hijo de su padre y de su madre, de sus emociones, sus placebos, sus miedos. No
hay enfermedades sino enfermos, que necesitan tanto más la atención y la
sonrisa que el quirófano o la píldora. Los medicamentos, además, tienen
contraindicaciones, daños colaterales, y lo que es peor, actúan en detrimento
de las defensas naturales que debilitan cuando en realidad deberían ser el
centro de atención de esta medicina occidental del negocio de la farmacopea.
Quizás sea por eso, y con razón, que la sabiduría popular los llame, no sin
cierto afecto, “matasanos”, por injusto que parezca.
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