Cuando en el año
2007 Merkel y Sarkozy le dieron a Turquía con la puerta en las narices
adujeron, con razón, la reciente desviación de Erdogan al islamismo, la falta
de suficiente democracia en el país del Bósforo y el genocidio del millón de armenios
que en 1915 fueron exterminados mientras huían acusados de connivencia con las
fuerzas nazis invasoras, que los turcos no han reconocido aún ni han pedido
perdón todavía. La verdad, para mí, es el recelo que produciría la imparable
invasión del personal turco en las instituciones europeas, en perjuicio de Francia y Alemania, si se les abriera la
puerta de entrada, ya que son más de 78 millones de habitantes. Sobre este tema
ya nos hemos pronunciado varias veces en este mismo blog, vide la última en la entrada 1091 del 21/10/15. (*) Y
nos parece una provocación contra Turquía, en un momento inadecuado, que el
Bundestag apruebe, como parece que lo va a hacer, que la muerte de los armenios
en el año 2015 fue realmente un genocidio (por más que lo fuera).
Pero si se trata de reconocer y proteger
las minorías, ¿qué pasa con los kurdos? Veamos:
Kurdistán es una
región que ocupa el sudeste de Turquía, el nordeste de Siria, el norte de Iraq,
y el noroeste de Irán. Así pues, los kurdos, que son una antigua nacionalidad
indoeuropea oprimida, fraccionada en cuatro Estados distintos, carecen de
territorio que pueda sostener su propio Estado.
Son más de 30 millones (hay textos que
hablan de 40) distribuidos así: unos 15 millones en Turquía, alrededor de 5
millones en Irak, otros 7 millones en Irán más 2 millones en Siria. Con 1
millón en Alemania (un 30% de los inmigrantes en Alemania son kurdos) y 0,5
millones en el resto de Europa, superamos la cifra de los 30 millones. De los cuales la mitad han tenido que emigrar fuera de su tierra! Los
kurdos, pues, son el grupo étnico más grande del mundo que carece de
territorio propio por lo que Kurdistán aspira a su autodeterminación en un
estado independiente.
Aunque sometidos al Islam, mantienen su identidad
y lengua propia. Su cultura parte del mazdeísmo, donde es vital la relación
mágico-mística entre naturaleza y hombre. Tanto es así que su bandera se
compone de los colores del culto mazdeista: rojo (fuego), amarillo (sol) y
verde (tierra).
Resistiendo la invasión de los yihadistas
de Isis/Daesh, ha ayudado a Siria que, sin embargo, recela de los kurdos que
les ayudan porque si se hacen fuertes pueden reclamar su independencia (de la
parte siria). Los turcos también recelan de los kurdos “sirios” porque su
actitud de rebeldía se puede contagiar a sus compatriotas kurdos de Turquía.
Con lo cual, ayudando a todo el mundo y principalmente a Siria al luchar contra
el ejército de Isis, lo que recibe a cambio son golpes y bombazos por todos lados.
El último combate ha sido en Kobane, en la frontera sirio-turca, donde los
kurdos, a pesar de sufrir una masacre al ser bombardeados (lo que movilizó a más
de 15.000 kurdos en Dresde, Alemania), vencieron a los yihadistas. Alrededor de
200.000 kurdos tuvieron que escapar de la ciudad sitiada y de la región.
Las
fuerzas kurdas eran mujeres milicianas en un 40% de su ejército que combatían
por defender a su ciudad, a sus familias y también por su propia liberación
frente a una cultura patriarcal y, muy concretamente, la terrible amenaza
contra la mujer en el Estado Islámico ya que, en sus territorios, los soldados
violan a las mujeres y las someten a tremendos castigos con su bárbara interpretación
del islamismo.
Aunque este triunfo fue un importante
paso adelante en la guerra contra Isis, lamentablemente Kobane y los kurdos de
Siria siguen amenazados a pocos kilómetros por el Estado Islámico y también por
el régimen sirio y el turco que quieren terminar con su reclamación de autonomía,
aunque por el momento no los ataquen. La ciudad de Kobane, con 62.000
habitantes antes del ataque, es la más importante de los kurdos en Siria, que,
repetimos, son 2 millones. Lo peor es que la zona kurda en Siria es rica en
petróleo y todos la asedian como depredadores.
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(*) En la entrada 1091 decíamos, entre
otras cosas:
Dado el peso que tiene la demografía en la democracia de la UE, las
reticencias contra la entrada de Turquía, sobre todo por parte de Alemania y
Francia, se deben al hecho de que con su población de más de 78 millones de
habitantes, casi tantos como Alemania, coparían altos cargos de las
instituciones europeas a expensas de los que ahora ocupan alemanes y franceses.
En su favor pesan otros factores como serían frenar la inmigración, hacer de
puente entre Oriente y Occidente y flexibilizar las relaciones con los países
musulmanes. En contraposición al peso de estos argumentos en favor de la
integración europea de Turquía, quizás los alemanes teman el empuje de la
quinta columna de los millones de inmigrantes turcos en Alemania que les puede
recordar la batalla de Salamina, donde los jonios enrolados en la marina persa
sabotearon sus naves. Bienvenida sea Turquía. Inshalá. نأمل
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