Es un tema reiterado de este blog la calificación global que hacemos de
todos los políticos como corruptos (nos referimos a aquellos que estén o hayan
estado en ejercicio del poder), porque el que diga que no lo es será cómplice o
encubridor, que también son delitos, aparte de que una conducta honesta dentro
de un contexto podrido no podría permanecer honrada mucho tiempo pues sufriría
un rechazo orgánico por sus colegas. De ahí que propugnemos la presunción de inocencia de los ciudadanos y la de culpabilidad para la clase política.
Hay actividades dignas y respetables como la medicina, aunque haya
médicos indeseables, tanto como otras denigrantes y sucias por naturaleza, como
la política, aunque pudiera haber políticos de buena fe ya que éstos, si los
hubiera, serían excepciones (Pericles en Grecia? Ghandi en la India? Mujica en
Uruguay? Gordillo en Marinaleda?...)
Habrán, los hay y muchos, que intentarán persuadirnos de que la política
es una actividad generosa y altruista porque los que participan en ella lo
hacen pensando en los demás. Y nosotros decimos que, aparte de darnos un ataque
de risa, de nada nos sirven definiciones maravillosas de una actividad que en
la práctica, en la realidad, es de las más abyectas, pues el ejercicio del
poder lleva a su abuso y redistribuir fondos ajenos aboca inevitablemente al
expolio de los mismos en beneficio propio. “En cuanto a los dineros, mi señor,
para mi remuneración, no debiéramos ahora hablar de ello, simplemente póngame
donde los haya”, que dijo Sancho. Y si no lo dijo, debería.
La política no es un fin sino un medio. Un instrumento de ejercicio del poder. Y el ejercicio del poder corrompe. No sólo en el sentido de su abuso en beneficio personal, en contra del bien común, el cual pregonan mendazmente que es el fin de la política, sino también por la inevitable manipulación de los que quedan sometidos a ese poder.
La política no es un fin sino un medio. Un instrumento de ejercicio del poder. Y el ejercicio del poder corrompe. No sólo en el sentido de su abuso en beneficio personal, en contra del bien común, el cual pregonan mendazmente que es el fin de la política, sino también por la inevitable manipulación de los que quedan sometidos a ese poder.
De ahí la necesidad de controlarlo rígidamente al tiempo que se exijan
condiciones excepcionales de altruismo y honorabilidad a los que pretendan
ejercer la actividad de la política.
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