jueves, 16 de mayo de 2013

686 (J 16/5/13) Cópula en cúpula

 Cópula en cúpula
(El gótico como arte de la cultura patriarcal)

No voy a hablar del gótico, entre otros motivos porque no sé mucho de él. Pero sí quiero aportar lo que para mí más define este arte: la luz.
        Estoy convencido de que los templos modernos son tumbas evolucionadas que han emergido de la tumba subterránea para buscar la luz del sol. Cuando hace 200.000 años ya el Neanderthal inhumó a sus muertos, los convirtió en semillas para que, enterradas en el vientre de la Madre Tierra, pudieran regenerarse en nuevos individuos de su misma especie, asegurando su supervivencia, y remedando el ciclo vegetal. Alimentaban el cadáver, con alimentos y sangre que luego se hizo abstracta con el vino, aún vigente en algunos sacrificios rituales. Dado que sagrado era, y es, todo lo que se relaciona(ba) con la muerte, la tumba era sólo accesible para el personal sagrado (sacer-docio, conocedor de los sagrado) cuya principal función era el mantenimiento del cuerpo sagrado del fallecido. También el cuerpo se hizo abstracto mediante su representación en efigie (la imagen no sólo representaba al fallecido sino que era el mismo fallecido, en “cuerpo, sangre, alma y divinidad”). 
        Los valores patriarcales, tales como el calendario solar, el cielo, la salida del sol, el monoteísmo… (Zeus-Deos significa luz diurna), substituyeron a los maternales (calendario lunar y nocturno, politeísmo, el ocaso-muerte como origen de la vida, el subsuelo…), uno de cuyos efectos fue que, a partir de entonces, la derecha fuera lo correcto (right, la diestra, lo diestro, lo legal) y la izquierda lo siniestro, satanizando los valores colonizados maternales. Así el mes trece lunar de once días quedó demonizado y aún siguen en muchos lugares evitando ese maldito número en los pisos de hoteles y en sus habitaciones.
Pues bien, allá por el año 4000 en Sumer, emergió del subsuelo de la tierra la tumba (oscura) convertida en templo (solar). La imagen del cadáver-divinizado se guardaría en un lugar inaccesible para el público, las ofrendas alimentarían al fallecido tanto como a la nueva casta sacerdotal, el incienso se utilizaría para eliminar los hedores de los muertos, y las hornacinas actuales recuerdan todavía su origen como nichos que albergan a los muertos, ya santos (sagrados), en efigie. La búsqueda de la luz patriarcal llega a su máximo esplendor con el arte gótico, que era por donde íbamos, cuya estilización, arcos y ventanas ojivales, vidrieras y rosetones, buscan el cielo tanto como la entrada de la luz solar. Lo que nos permite calificar el gótico como la expresión artística de la cultura patriarcal.
Todo lo anterior era necesario para entender el tema del que quiero hablar: de las gárgolas y escenas esculpidas por sus constructores con las que expresaban libremente sus caprichos artísticos. No es en una cúpula sino en el capitel de una columna del patio del monasterio de san Gregorio en Valladolid donde se encuentra esta escena (obscena para nosotros, cristianos mojigatos), tan obscena que resulta naif. Es lo que tiene el gótico. Que entre gárgolas y bromas insculpidas nos regalan con estas ilustraciones que parecen talismanes en la tumba subterránea, ya devenida en templo solar, con el fin de excretar por las bocas de figuras monstruosas los demonios, detritus y hedores de los cadáveres enterrados o, como en este caso, asegurar  la reproducción y la supervivencia de la especie.

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