jueves, 20 de diciembre de 2012

540. reflexiones y otros disparates del día (20/12/12)

1. Los males que persisten
En realidad pueden reducirse todos a una: la corrupción, ése cáncer o gangrena que la literatura ha indultado compasivamente como “picaresca”, algo que tuvo su origen en una legítima defensa contra el hambre y por la supervivencia. Patxo Unzueta nos alerta de que los países más deprimidos en Europa, Grecia, Italia, España,  son precisamente los más corruptos, quizás precisamente por ello. Y sabe que “la corrupción dificulta la salida de la depresión económica en la medida que provoca distorsión en la asignación de recursos y en la redistribución de la renta, la reducción de la competencia y la erosión de la confianza en el cumplimiento de los compromisos”.
        Es la corrupción la que lleva al clientelismo, compra de votos (no acabaron de irse los caciques). El clientelismo es la causa del nepotismo que permite al cargo público rodearse de los seres más queridos. Lo peor del corrupto (o comprado), aparte de su degradación moral, es que entrega a su enemigo más cruel la única arma que tiene para defenderse contra él. ¡Qué puede ser más vil que “vender” voto, el instrumento más democrático? El clientelismo está tan extendido que corruptos condenados vuelven a presentarse a las elecciones, y a ganar! sobre todo en áreas locales. El ciudadano indefenso se vuelve suspicaz y cínico contra el ejercicio de poder, lo que le lleva a inhibirse de contribuir con sus impuestos a que los poderosos los distribuyan en beneficio propio. Pero aún peor que el nepotismo es la desfachatez, la cara dura, el desparpajo con el que se practica. Son siglos de experiencia. Y si no podemos actuar de acuerdo con principios morales, cambiemos los principios, como dijo Groucho, para que no nos amarguen la existencia. Lo tenemos crudo.
2. Boicot a “la privada” por las redes
Se oyen (leen) sugerencias para sabotear el pillaje de las privatizaciones. Concretamente, aleccionando a los sanitarios públicos para que matriculen a sus hijos en la enseñanza pública y a los educadores públicos para que opten por la asistencia de la Seguridad Social. En resumen, que todos utilicemos los servicios públicos; en otras palabras, que nadie utilice ni los centros escolares ni los servicios sanitarios concertados o privados, sino todos solamente los públicos. Desconozco el impacto que esta acción conjunta tendría sobre el objetivo que se persigue, pero mucho me temo que los intereses concretos de cada individuo o familia para optar por servicios privados, en la mayoría de los casos se antepondrán a estas sugerencias que, si se cuelgan en las redes, estarán en las nubes. Y allí se las lleva el viento.
2. 21.12, fin de algo
Mañana 21.12 no se acaba el mundo ni es el fin de los mayas. Los mayas se acabaron cuando les quitamos sus tierras y sus dioses, les regalamos alcohol a los varones para que se auto-exterminaran y dejamos que fueran las mujeres las que acarrearan con todas las tareas de sus casas y de su civilización. Los jóvenes guatemaltecos del altiplano sueñan con marchar a “los Estados” (Unidos), que están en cualquier lugar, y en todos los sitios, que pueden imaginar fuera de Guatemala.
         La socorrida predicción del fin del mundo no tiene nada que ver con los mayas sino con una cultura judeo-cristina apocaliptica que disfruta del “deleite masoquista de la hecatombe como espectáculo”. Las redes informáticas ayudan a la difusión de los absurdos, “un pandemonio donde florecen desordenadamente miedos histéricos”, que inducen a las mentes dúctiles a aprovisionarse de sal, agua, velas y alimentos, para refugiarse contra tormentas solares o inversiones de los polos magnéticos del planeta que amenazan con la vida en la Tierra. Pero el calendario maya no marcaba para mañana el fin del mundo sino de una época, de un mero ciclo del calendario.
            El verdadero Apocalipsis de los mayas no es lo que les pueda ocurrir en el futuro sino el desastre en que han incurrido por nuestra marginación económica, social y cultural. El periodista mexicano Armando Escalante cuenta una anécdota de la muchacha de servicio de su hermana que, siendo ella una maya genuina, y harta de escuchar tantas alarmas en la radio y los medios sobre el fin del mundo, preguntó: “pero señora, esos mayas existen?” 

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